Asistimos al desastre meteorológico, en forma de gota fría, que ha llegado hasta la provincia
Vivimos una época de renovación constante de predicciones maltusianas. Una ola de preocupaciones que pueden ir desde el fin del sol, y sus evidentes consecuencias, hasta la caída del meteorito aniquilador final.
Sin ser tan definitivos, otras empiezan a tener algún contenido más próximo y con esfuerzos de convicción científica. No es cuestión de entrar en valoraciones, que no son el caso de este artículo, pero sí sorprende la capacidad de preocupación de una inmensa mayoría de la población por el deshielo del ártico, la deforestación del Amazonas o la contaminación plástica en el Pacífico. Y sorprende, no por su falta de importancia, sino por su lejanía en distancia y en tiempo, para producir efectos, en contraposición con problemas reales, cercanos y con certificación y posibles soluciones científicas.
Desde hace unos días, asistimos al desastre meteorológico, en forma de gota fría, que ha asolado, en esta ocasión, al levante español y ha llegado hasta la provincia de Málaga. La ciudad sólo ha recibido una ráfaga ínfima del desastre, y por una única y aleatoria causa: la suerte.
Para muchos malagueños era volver treinta años atrás. Porque en estas fechas, el próximo mes de noviembre, se cumple el treinta aniversario de la última gran riada sufrida por nuestra ciudad. Un desastre que permanece en la memoria de muchos, y que, sin embargo, no ha sido motivo de debate y lucha ciudadana por preparar, proteger, amortiguar y, en definitiva, poner todos los medios que pudieran disminuir los efectos devastadores que la naturaleza puede producir en casos así.
Tras el desastre de 1989, los dirigentes del entonces gobierno de la Junta de Andalucía solicitaron un estudio profundo de las causas y posibles soluciones. Y el informe llegó, concienzudo, analítico y contundente. Era necesario, como primera medida, pero no única, la reforestación del cauce del río Guadalmedina y Campanillas. Pero el momento ‘caliente’ de la política había pasado, y para cuando llegó el informe, en los despachos estaban más preocupados por centenarios y otros fastos.
Y ahí quedó el informe, la reforestación y cualquier iniciativa para prevenir futuros desastres, en el cajón del olvido. Desastres certeros, de los que sólo te puede librar la suerte, pero no siempre.
El grupo municipal de Ciudadanos inició la reactivación de la implicación de las administraciones, mediante moción, para que el gobierno municipal actúe en el tramo del cauce que le corresponde. Y un servidor, en su labor de parlamentario andaluz de Ciudadanos, presentó una proposición no de ley para la reactivación del plan de reforestación del Guadalmedina. Esta proposición, aprobada por unanimidad por todos los grupos, ha logrado que ya existan partidas económicas en los presupuestos destinadas a este fin.
No quiero que parezca que la reforestación es la panacea para futuras riadas, ni mucho menos, ya que urge la apertura del debate nacional sobre obras de hidrotecnia, como la capacidad y seguridad de la presa del Limonero, y otras muchas actuaciones más. Pero lo que sí tengo claro es que, sin un primer paso, nunca lograremos mejorar nuestra protección ante la catástrofe. Y no lo duden, llegará.
La reforestación necesitará del orden de treinta años para tener alguna efectividad, los mismos que se han perdido, dejando el PSOE el plan en un cajón de un despacho de la consejería.
Treinta años perdidos, como tantas cosas en nuestra Andalucía, por la nefasta gestión socialista. Treinta años que no son nada, para ellos, pero que han pasado por aquel novel estudiante universitario que vio su ciudad inundada y arrasada, y que ahora desde su puesto de parlamentario, ha transformado en, apenas treinta días, para reactivar esa urgente necesidad de seguridad para su ciudad.
Artículo del parlamentario Javier Pareja de Vega, en La Opinión de Málaga (17-09-2019)