Coser no es una actividad únicamente manual, ni que dependa de unas manos que mediante la psicomotricidad fina consigan unir pedazos de algo desquebrajado por la presión o la fuerza.

Coser es intentar recomponer la imagen, la estructura original o sencillamente crear algo nuevo.

¿Quién te cose a ti?

Una pregunta que recorre los círculos políticos estos días y que para mí va más allá de su pretendida conceptualización femenina.

Será porque la experiencia empírica e irrefutable de ser nieta de un sastre, sencillamente, la tumba.

Él ya no es consciente, pero mi abuela va todas las mañanas a visitarlo y le “cose” palabra a palabra los recuerdos perdidos. Eso es coser.

Coser es ver como mi hija mira a su abuelo, ese que le lleva a la cama el desayuno todos los sábados, sin excepción, el que vela y vigila cada una de sus actividades extraescolares y le prepara la merienda con un amor incondicional.

Es ver a mi hijo, cuidando de su hermana, de la misma forma que el mío cuida de mi. Buscando las causas que le hagan sonreir e iluminen su mundo por unos segundos. Cuántas batallas cosería por ella y su felicidad. Y ella, aún sin saberlo.

Coser es ver cómo mi hija mirar a su padre, cuando le recrimina su falta de diligencia ante un posible peligro, sabe que la está protegiendo. Sabe que estando él, nada podría dañarla. Y su mirada es una aguja engarzada con hilos de amor infinitos.

Y entre costura y costura, entre amor y amor, caben jirones. Que ya ni siquiera dependen de ti.

Y es aquí donde confundimos la elección con la desgracia.

Porque aunque duela leerlo, sepan que podremos educar a nuestros hijos en amor infinito, en igualdad, en respeto. Podremos exigirles que estudien, que se formen y que sean independientes€pero la desgracia de que un cobarde, disfrazado de príncipe, entre en la vida de nuestras hijas, nietas, amigas o hermanas, ya no depende de nosotros. Y cuando la desgracia de enamorarte de un mierda cubre tu vida, ya no entienden de raíces.

De ahí que dependa de ti, de mi, de todos.

Y no, no podemos ser meros espectadores silenciosos, de una obra tan cruel.

No podemos ser meras esfinges sociales que reclamamos públicamente acabar con esta lacra, mientras nos escondemos en la calidez de nuestro hogar, consiguiendo nuestra “paz”, enmudeciendo los gritos de nuestra conciencia.

La conspiración de nuestro silencio proporciona la inmunidad del cobarde. Que solo consigue engrandecer a su ego a base de golpes.

Debemos ser diques de contención a estas vejaciones. Siempre. Todos, en todo momento.

No podemos reclamar a las administraciones, los agentes sociales, sanitarios, sector educativo, órganos jurisdiccionales, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que se vuelquen para acabar con esta lacra, si nosotros como padres y desde un inicio no actuamos con contundencia en educar en igualdad, en respeto, en amor.

Hoy saldremos a la calle e inundaremos cada rincón de pancartas y lemas feministas, mientras observaremos el estado de frustración social que no consigue acabar con esta lacra y en el tímpano resuenan miles de nombres de las que fueron asesinadas.

A nosotros, a todos, nos corresponde mostrarles que es posible salir de ese infierno. Apoyarles, guiarles y poner todos los medios a nuestro alcance para ello.

Por eso te pido que si una hija, una hermana, una amiga, una mujer caemos en esta desgracia, y no somos capaces de desobedecer a nuestro miedo, levanta del asiento y denuncia.

Porque esta batalla no depende solo de mi, a veces depende de ti. Porque todos sabemos coser.

Mientras, no daré ni un solo paso atrás en ello.

Teresa Pardo es secretaria del Grupo Parlamentario de Ciudadanos en el Parlamento Andaluz y portavoz de Cs en la comisión de Igualdad y Políticas Sociales.

 Artículo de Teresa Pardo publicado el 26 de noviembre en La Opinión de Málaga