Si os digo que la política es grandes dosis de centímetros cúbicos de marketing, seguro que no os estoy descubriendo Guanahani, aquella primera isla que pisó Don Cristóbal un 12 de octubre de 1492.
Y el marketing, por su naturaleza, busca adaptar el producto al potencial consumidor o cliente en pos de aumentar cuantitativamente a este último, ni más, ni menos.
Estamos acostumbrados a observar cómo las campañas de mercadotecnia –o su hermana, la comunicación política-, adquieren su mayor dimensión en periodo electoral, pues vienen a ser lo mismo que los anuncios televisivos de perfumes de mujer la semana del día de la madre, porque hoy en día, queridos míos, está todo prácticamente inventado, solo hay que cambiar el escenario donde se desenvuelve.
En este contexto, hemos sido testigos directos de la escalofriante campaña desarrollada en Madrid. Y digo escalofriante porque era tal la ausencia de contenido político de gestión, de propuestas, de soluciones para el ciudadano de a pie, que la sensación que me transmitía era de total orfandad, de desamparo. Disculpadme por ello, pero no merecen perdón. Ni el de las urnas.
Necesito pensar que somos decenas de miles los que hemos apreciado como han querido –y logrado- llevar la contienda política al más extremo de los simplismos. Díganme, por favor, que son fervientes hinchas de esos debates de Nixon y Kennedy, en 1960 o, sin irnos tan lejos, de Felipe González y Aznar en mayo del 93.
La rubia en la terraza ha ganado, pero os he de confesar una cosa, un misterio entre bambalinas, y es que me niego a creer que nuestro voto vale lo mismo que una caña. Somos mejores que eso.
Y ahora sí, camarero, dígame qué le debo.
Artículo de José María Real, responsable de Comunicación de Cs Málaga, en Málaga Actualidad