Al lado. Nacen, se reproducen -en su mayoría- y mueren a nuestro lado. Esa categoría de subespecie que damos a los políticos está más cerca de nosotros de lo que pensamos.
El grosor de sus filas -cargos institucionales- no lo conforman entes elitistas, educados al margen de la mundana sociedad como si de Tántalo se tratase, invitados al mejor de los banquetes en el Olimpo, sino todo lo contrario, está integrado por gente como nosotros, hijos de vecino.
Y ¿a qué viene este acercamiento que os hago de la clase política? Básicamente, obedece a la sorpresa que me causa ver cómo una gran parte de la ciudadanía atribuye un conglomerado -y variopinto- de males éticos, morales y profesionales a un sector que procede, comúnmente, de un útero humano, como usted y como yo.
¿Quién no conoce en su lugar de trabajo –público o privado- a compañeros vagos, rebosando un aura de mínimo esfuerzo? ¿O es que ninguno de nosotros tiene un amigo que ha alardeado de los cinco euros de menos que le han cobrado por error en el restaurante y se lo ha callado? ¿O alguna vez se han preguntado si las sucursales bancarias atan los bolígrafos a un cordel irrompible solo por miedo a los políticos?
Pues éstos mismos, su ascendencia y descendencia, y su colateralidad, son aquéllos que acaban accediendo en algún momento a un cargo en la vida política de nuestras mermadas instituciones, con los mismos vicios y defectos que aquéllos que acaban en cualquier otro gremio, con la salvedad -cuantitativa, que no cualitativa-, de que el cuerpo del delito no es un bolígrafo, ni un par de gasas hospitalarias que nadie echará en falta, sino un contrato urbanístico o el erario público, por ejemplo. Cada uno con lo que puede, como diría mi abuelo.
Bien es cierto que, en la última década, se ha implantado un necesario y afortunado férreo control administrativo, legal y mediático de la actividad de nuestros gobernantes, quienes no solo trabajan fiscalizados día a día bajo la lupa de altos funcionarios y oposición política, sino también ante la atenta mirada de Damocles y su espada, empuñando el arma de los temidos medios de comunicación y su viralidad y virulencia ante conductas de dudoso respaldo jurídico.
Por suerte -y he aquí otro aspecto positivo, que no consuelo de tontos- la trascendencia mediática de estos reprochables individuos es idénticamente proporcional tanto en el ámbito político como en cualquier otro, siendo habitual que aquel que incumple con alevosía su deber profesional, esté en boca de todos sus compañeros, pasando sin embargo inadvertidos el resto de diligentes profesionales que lo rodean. Exactamente igual que nuestros denostados servidores públicos, acostumbrados a ver cómo ocupan portadas diarias de prensa los menos –y malvados- camaradas de profesión. Y lo sufren, como usted y como yo, porque por mucho que lo intentemos, no, no son de Venus ni de Saturno. Si bien, admito, que quien suscribe estas líneas, aún en el albor en el mundo de la política y con la toma de tierra bien enchufada a la sociedad civil por mi profesión, solo desearía que a este sector accediera la élite de la sociedad, entendiendo ésta como aquellos mejor capacitados por actitud y aptitud, de intachable corruptela ética y profesional –que no perfectos-. Y os aseguro, amigos míos, que este mamífero, habita en la Tierra.