Los acontecimientos de la última frenética semana nos lleva a reflexionar sobre un asunto que ya a principios del siglo XX fue tratado en profundidad por Max Scheler (en 1913) y Max Weber (seis años después), y no es otro que la relación entre Ética y Política. Si el primero aludía a dos tipos de valores, los de convicción y los de éxito; Weber basándose en aquél definía tres tipos de Ética: la de la convicción, la del éxito y una intermedia que era la de la responsabilidad, y que es a la que todo político debiera aspirar.

Que el Partido Popular estaba plagado de corruptos no era ningún secreto desde hace años. La novedad estaba en que tras la sentencia del Caso Gürtel se conocía que el Partido Popular en sí era una organización corrupta.

Sócrates, que era muy bien pensado, decía que no había personas malas sino equivocadas y que, por tanto, la maldad era parte de un error. Su discípulo Platón perfeccionó esta idea señalando que el error al que se refería Sócrates tenía un doble origen: por una alteración de la mente, y debido a la mala educación, es decir, a la adquisición de malos hábitos.
Pero importa mucho el tratamiento al que según Platón había que someter a ese error: mediante la intolerancia y su corrección.

Con el PP es notorio que ha habido una adquisición de malos hábitos, y que hasta la fecha ha habido mucha permisividad social y por tanto una falta de aplicación de medidas correctivas. Por cierto quien dice el PP —partido con mayor número de imputados y con 250 millones defraudados en la Operación Púnica, 120 en el Caso Gürtel, y 30,7 en el Caso Bárcenas, 400,7 en total—, también puede hablar del PSOE —2.000 millones en el Caso de los Cursos de Formación y 1.200 en el de los ERE de Andalucía, que suman 3.200—, del GIL —2.400 millones en el Caso Malaya—, CiU —1.800 en el Caso Pujol— o de CDC —35,1 en el Caso Palau—. Estos datos son orientativos, dado que me temo que aún falta por saberse más casos, como la cuantía del 3% catalán que afecta a varios partidos, y lo que quede por destaparse de los partidos anteriormente citados en otros casos que pueden ir apareciendo.

Es necesario recordar que en toda sociedad hay una serie de derechos porque previamente existen unos valores y no al revés. Y nuestra sociedad ha sido hasta recientes fechas —podríamos poner el 15-M original como un punto de inflexión, aunque ya antes se empezaba a vislumbrar con las primeras luces que auguraban el final del bipartidismo— muy permisiva con la corrupción. Muy difícil vencer en Cataluña a los corruptos por excelencia, como también lo es en Valencia, en Madrid o en Andalucía…
Pero la sentencia del Caso Gürtel de la semana pasada y el derribo del presidente del gobierno que también ostenta la presidencia de ese partido señalado por los jueces como corrupto es un antes y un después del tratamiento de la corrupción en España.

Para Karl Marx la política es parte de la superestructura social. Siguiendo con esta tesis, el neomarxista Jürgen Habermas de la Escuela de Frankfurt decía que la función más importante en el seno de la sociedad no estaba en los políticos sino en quienes crean la opinión pública (medios de comunicación principalmente), que los políticos sólo la operativizan. A Winston Churchill se le atribuye que dijo que “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Desde luego poco aplicable en el caso de los gobiernos marxistas y fascistas que vienen impuestos por la fuerza. ¿Pero y en democracia?

¿El rechazo frontal cada vez mayor de la opinión pública contra la corrupción merece el final que ha tenido? Final o trance, porque no está claro que el gobierno Frankenstein resultado de una moción de censura apresurada vaya a durar mucho. Presidido por un secretario general de un partido que apoyó la aplicación del 155 y respaldado por todos los demás que estaban en contra; comandado por un gobierno que sigue diciendo que cree en la unidad de España, y respaldado por casi todos los demás —dejemos el lugar a la duda de Unidos Podemos— que están a favor de su desintegración; regidos por unos presupuestos que todos los que votaron a favor de la moción —a excepción de los mercenarios del PNV— no apoyaron.

Esta moción de censura aparentemente fundamentada en principios éticos —la lucha contra la corrupción— se apoya en el tipo de políticos que Max Weber decía que no vivían “para la política” sino “de la política”, buscando en ella su éxito o medro personales. Y así, el principal sociólogo del siglo XX decía: “El boss típico es un hombre absolutamente gris. No busca prestigio social […]. Busca exclusivamente poder, como medio de conseguir dinero, ciertamente, pero también por el poder mismo […]. El boss no tiene principios políticos firmes, carece totalmente de convicciones y sólo pregunta cómo puede conseguir los votos […]. No le importa ser socialmente despreciado como ‘profesional’, como político de profesión”.

Lo que hemos visto la semana pasada no era una cuestión de ética sino de poder. La ética no trata del poder sino del deber. Pero en política sobra mucho poder y falta mucho deber.