Una costumbre habitual de los malagueños cuando nos visitan foráneos es enseñarles las múltiples formas de pedir café en algunas de las cafeterías emblemáticas del casco antiguo. Es una forma de introducir al visitante en la idiosincrasia malagueña, esa que paradójicamente no existe, y que se evidencia en que en un grupo de diez personas pueden llegar a pedir una forma de café diferente cada uno. Como contrapartida, tenemos los camareros más eficientes y, sobre todo, con más memoria.

Personalmente acostumbro a continuar la presentación de la ciudad, tras el café, con la ruta patrimonial. Y aquí descubrimos una segunda característica histórica. Empezando por la Plaza del Obispo, mi preferida, para descubrir nuestra magnífica Catedral. Inacabada, eso sí, manquita por apodo, y como emblema habitual de las iniciativas de la ciudad: todo se empieza con ilusión y, casi siempre, queda inacabado o pasan décadas para lograr un final decente. Da igual que hablemos de catedrales, estadios, pabellones, autovías, metros, o lo que quieran. Como contrapartida hemos desarrollado una paciencia y resignación inigualables.

Suelo seguir con la ruta para encontrar la tercera característica. Visita a la plaza de la Marina con la minúscula conservación de los restos hallados, la cercana estatua del Marqués de Larios que estuvo bajo las aguas del puerto durante un tiempo porque alguien “pensó” que lucía mejor allí, y terminando en nuestra plaza de la Merced con la casa natal de Picasso, donde finalizo explicando que ese edificio que rompe la estética de la plaza, se debe a que los mismos “pensadores” de la estatua decidieron que había que quemar la iglesia que allí existía, que era una de las mayores y más importantes de la ciudad.

El visitante entiende definitivamente esta característica con la visión del magnífico teatro romano y la explicación de la pérdida de un lateral, y de lo que hubiera allí, porque otros “pensadores” decidieron construir encima “la casa de la cultura”. No me digan que no es una paradoja brillante.

Como habrán adivinado, me estoy refiriendo al poco aprecio, respeto y protección que ha tenido Málaga, mejor dicho, han tenido los malagueños, a lo largo de su historia, por su patrimonio histórico.

De aquellos “pensadores” e ilustres dirigentes no queda nadie. O casi nadie. Durante décadas la “casa de la cultura” fue una vergüenza que nadie borraba, hasta que se hizo. De aquellos que sufrieron vergüenza no queda nadie, ni de los que lo solucionaron. O casi nadie. De los que primaron el urbanismo desaforado sin miramiento, dejaron caer edificios emblemáticos o la pérdida de gran parte de la judería, no queda tampoco nadie. O casi nadie.

La metáfora del café descubre la verdadera esencia, aquí cada uno tiene un criterio y una opinión propia sobre casi todo, y qué difícil es lograr algún consenso. Pero de pronto, aparece una excepción: la unanimidad de la sociedad malagueña pidiendo un estudio profundo del yacimiento arqueológico de la plaza de la Merced. Por primera vez, todos los malagueños queremos preservar el patrimonio de la ciudad. O casi todos.

Quiero poder enseñar a las próximas generaciones y a mis próximos visitantes los restos arqueológicos aparecidos en la plaza de la Merced. Quiero saber, hasta el último metro de profundidad, lo que alberga ese solar epicentro de la historia de mi ciudad. Quiero que en el futuro puedan decir que los malagueños del 2020 dijimos basta al desprecio de nuestro patrimonio, y que a partir de esta fecha lo defendimos con uñas y dientes.

Quisiera pensar que todos los que no comulgaron con los “pensadores” históricos tan dañinos, los que convivieron con ellos, los que sufrieron viendo tanto daño a nuestra ciudad, todos ellos, nos aplauden, desde donde estén, y pueden sentirse orgullosos de las nuevas generaciones de malagueños.

Y si alguno de los “casi nadie” o de los “pensadores” queda entre nosotros, tenga al menos la decencia de no estorbar y permitir que los malagueños del siglo XXI defendamos nuestro patrimonio.

Artículo de opinión de Javier Pareja en Málaga Actualidad